Hermosamente fui aire y volé.
Volé sobre la noche, fui un gigante
sentado en estrellas distantes
y un viajero sobre puntos
sensibles del cosmos
hechos el cuerpo tuyo.
Fuiste un camino eléctrico indomable
y sentí entre mis manos la energía profunda
el orden del Caos
fluyendo en el agua flotante
y me hundí en el lago
y fui raíz de la tierra
para volver a verterme en ti.
Un perro enflaquecido
sediento
lanzado al infinito en busca del manantial
de la vida y de mis sueños,
fui cactus en
el desierto también sediento
y vi montañas y mares y seres junto a mi
libertad en ese instante sediento.
Y es que no pude saciarme, no pude,
no pude,
o al menos eso quise creer para caer rendido
en tu seno.
Tomé bocanadas de agua santa
y leche eterna, fuiste alimento
y cubriste de color y calor lo agotado
y de pasión el miedo
y me salvaste del abismo
y me llevaste a mirarlo a la cara
y me arrojaste pleno, lleno de sangre,
fui abismo, fui un momento eterno.
Fui tiempo y recostado sobre tu corazón amé a
todos los seres probables e improbables: gusanos estelares, elefantes de mar
gimiendo, cangrejos solares bajo mi espalda, caballos salvajes corrieron en mi
pecho y el susurro de un ave negra del porte de nuestro universo susurró en mi
oreja colorada.
Fuiste todas las mujeres y fui todos los
hombres y fuimos ninguno.
Y caí,
caí,
caí, sereno y calmo
sobre una
barcaza por la vía láctea ancestral y fui un dios en la pequeña muerte
y caí rotundo a la noche de mi mente pensante
y mi cuerpo sintiente
y mi alma emocionada se abrazó histórica.
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