Caído el ángel, tuvo tres días para decidir su suerte. El primer día probó el suave cuerpo desnudo de un jovencito nigeriano. Era de formas sinuosas, tímido y sumiso, y juntaron sus labios entre risitas en el borde de un río perdido. El segundo día estuvo mirando peces en un puente en Indonesia. Conoció a una vendedora de flores que paseaba por allí. Pasaron la tarde entre sollozos y el amor. Depositó su esperma en el vientre de la florista y se marchó al atardecer. El tercer amanecer lo encontró en una hamaca en la isla de Cuba. No cruzó palabra con persona alguna y se le vio deambulando con un libro rojinegro en la mano y fumando un cigarrillo. Lanzó el libro al mar y caminó presuroso a un pequeño restorán, donde pidió un vaso de ron que bebió mientras las horas volaban. El plazo ya casi se cumplía y el ángel tendría que tomar una decisión. Tomó el último trago y caminó hacia el lugar donde había lanzado el libro. Se apresuró a entrar en el agua y se dejó hundir al compás de las olas. Mientras su frágil cuerpo moreno se desvanecía en el caribe, pronunció una sola palabra que sonó a respuesta visceral: “No”. Despertó entre piedras y rocas en pleno desierto. El sol colmaba su hambre de encuentros. Al cabo de unas horas de caminata llegó a una sombría tienda y se encontró de frente con su padre. Se hizo un pequeño silencio y, tras un tierno abrazo, le pidió perdón.
8 jul 2015
El ángel
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habla antes que el Dios del mono afiebrado realice la oración mortuoria de los siete planetas secretos intraterrestres