20 sept 2012

Catalina

Tras despertar de la muerte, Catalina se vio entre las sábanas del futuro. Abrió certeramente los ojos, como dos enormes calles, y pasearon las murallas de piedra y el techo de madera y paja. Tomo aire lentamente y deambularon escuetas y gruesas imágenes por su cabeza. No estaba ante una extraña ensoñación esta vez, sino que ante creaciones concretas en condiciones exactas.

De pronto, se reincorporó de su lecho y tomó sus carnes, sistemas y huesos hasta traspasar la puerta. Un enorme sifón de luz se poso sobre sus pupilas y una bocanada de aire inundó su largo cabello. La luz clara dejaba ver bajo sí un enorme campo de arrozales y pequeños grupos de árboles frutales. Corrió entre los cereales y tomó con su blanca mano la fruta que colgaba de una de las ramas bajas. Probó por primera vez sensación semejante. Disfrutó cada pedazo de carne y jugo entre sus dientes y lengua y garganta y corazón. Devoró la primera y comió la mitad de la segunda sin respiro, hasta que vio al otro rincón de la profundidad un hombre sentado bajo un árbol de frutos limpios como el cristal.
Dejó la fruta caer y caminó lentamente hacia el extraño. Su paso era de lento andar, tragándose la brisa de ningún lugar. Se acercó hasta poder hablarle, mientras el hombre seguía mirando las distancias de pájaros e insectos que circundaban el lugar. No hubo ser que el extraño no auscultara a paciencia. Esto, hasta que Catalina esbozó un tímido saludo.

- Hola-, dijo mirando fijamente al foráneo. - Soy Catalina, la nacida dos veces. ¿Quién eres tú?-, preguntó desde su cercano sitio.
El respondió con voz dulce y seria: - Soy Gabriel, nube de un sueño de las galaxias.

Ella, sin ánimo de ningún tipo, le tomó las manos y le señaló caminos al oído, ventanas bajo el mar de los ancestros. Las hormigas entraron por su boca, bailando como bestias que se acercan mucho al Sol. Pero, tras la risa, aves e insectos murieron al unísono. Un estruendo recorrió el campo y ambos apretaron los dientes y los pies. El viento corrió con caballos y el Sol desfigurando. Silbidos llenaron los pulmones de la tierra flotando, y Gabriel abrió su pecho de rejillas y círculos y dejó entrar a Catalina una y otra vez. Ella, desconcertada en el baño de su piel, soltó carcajadas de savia e hicieron el amor bajo la sombra del árbol de los frutos cristalinos.

A veces, se les ve riendo, mientas pájaros y hormigas invertidos recobran el sentido de la percepción.

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