29 mar 2016

PENSAMIENTOS JUEVES 10 DE MARZO, TRAS IR A DEJAR AL SAMIN AL JARDÍN.

El otro día estaba en la tele Pamela Lerruá, una loca que salía en la basura de cqc. Muy al estilo de las cuiquitas de la tele ella había preferido ser dueña de casa. "Es difícil ser dueña de casa" dijo, mientras mostraban las imágenes de la señora que le hacía el aseo y de otra que le cuidaba a los hijos. ¿Cuál dueña de casa? me pregunté. Está de moda entre esas lacras acomodadas quedarse en casa, a supervisar la disque crianza integral, para que sus hijitxs en el futuro jueguen a ser de izquierdas y estudien teatro para interpretar obras clásicas para los respingados de mierda. Se compraron el feminismo cuico, mientras los esposos felices en sus empresas que la gorda le cuide las guaguas, menos trabajo para él. Así llega a ver los partiditos con los amigotes y hacen un asadito o comen comida extranjera y sus hijxs los encuentran después tan abiertos de mente. Y cuidado, hermanos míos, que estas prácticas se extienden entre nuestra clase: cuando se ensalzan las maravillas del capital, cuando se pavonea el celular nuevo, cuando se ponen las fotitos de las vacaciones en machupichu con el sueldito de profesional; y el resto del año lloriquean la plata. Le ponen ropita de marca y cortan a la moda el cabello a los compuestitos críos que ven media hora al día. Siempre les falta plata a estos hijos felices del experimento económico nacional, y siempre pueden llorar que cuando chicos era taaan pobres. Pobrecitos, ni cumas ni cuicos. Y yo, en el otro lado de la moneda, la de las sombras y el silencio, la de la cara limpia y orgullosa de la fuerza e ingenio de los suyos, yendo al Samin al jardín, su segundo año en ese acercamiento al sistema carcelario escolar. Me encantaría meterlo debajito de mi polerón ancho y dejarlo ahí para siempre, en un abrazo que lo cuide de todo lo malo de este mundo de mierda, pero me consuelo -a veces- pensando que este mundo necesita niñxs valientes y fuertes. Lo dejé con las tías y lo miré largo rato por un pequeña ranura que dibujaba la cortina de su sala. Miraba a sus compañeros de Clase llorar, las tías conciliar a los más explícitos y rebeldes, a los más temerosos y a los más regalones. Era un llanterío todo el jardín. Me preguntaba en ese momento si jardín le dicen porque ahí los hacen florecer o porque construyen cercas y control y riegan a gusto las semillas salvajes que ahí llegan cada mañana. Tras largos minutos de mirar a sus compañerxs, esbozó un pucherito y se frotó los ojos, más por solidaridad y compromiso con su Clase que por motu propio. Lo dejé cuando lo vi compuesto, con esa angustia de papá experimento que soy. Un día como cualquiera, ni más ni menos. Con los miedos y aprehensiones de estar bailando con la realidad, menos mal tenemos a los muertos que nos cuidan.

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